Cuántas
veces celebramos un cumpleaños, una victoria, una fecha con tu
pareja, un nacimiento, un aniversario, alguna fiesta, días que
señala el calendario, unas vacaciones, un aprobado, el fin de algo
que ha supuesto mucho trabajo…
Cuántas
veces olvidamos celebrar lo que tenemos a diario, lo que en un
principio no parece resultar excepcional, lo que más bien
consideramos monotonía. Cuántas veces olvidamos valorar todos esos
pequeños momentos que forman nuestro presente y que poco a poco
construyen nuestro futuro. Cuántas veces olvidamos el enorme peso
que ejercen las acciones y los consejos de quienes nos rodeamos.
Cuántas veces olvidamos darnos cuenta de las grandes personas que
tenemos día a día a nuestro lado, a quienes hemos podido elegir
nosotros mismos. Cuántas veces olvidamos celebrar la amistad.
En
muchísimas ocasiones lo he visto todo oscuro, no he encontrado la
manera de salir de algo, me he visto desorientada, sola, triste,
deprimida, y sin ni siquiera tener que hacer un chasquido de dedos,
como si de un hada madrina se tratase, ahí estaban todas ellas,
todas ellas y ellos también, para recordarme lo maravilloso que
resulta el simple hecho de abrir los ojos cada mañana y tener un día
más de vida por delante, lo maravilloso que es poder disfrutar de
horas y horas en su compañía, lo maravilloso que es reír y llorar
juntos. Lo fascinante que resulta la vida si están contigo, aunque
sea sin decir nada, simplemente ahí, a tu lado. Diciéndote sin
pronunciar una sola palabra que eso siempre será así, que bajo
ningún concepto vas a notar la ausencia de ellos si los necesitas.
Los
amigos no son una cosa cualquiera, no son algo de lo que se pueda
alardear fácilmente con total seguridad. Los amigos son los tesoros
que inconscientemente buscamos entre montones de basura y que
finalmente encontramos. Son seguramente la joya más cara, pero por
el contrario no los podemos comprar. Y como bien dice no sé
exactamente quien: la vida sin amigos no es vida.
Y mi vida sin Ana, Laura y Lucía no sería vida.